He tardado muchísimo en volver a escribir en mi Substack, no por falta de ganas, sino por cambios en mi percepción de lo que quiero transmitir.
Mi primer plan era seguir las historias fabulosas de Francisco Ortega y básicamente desmentir sus relatos "verídicos". Sin embargo, después de la entrada anterior sobre su relato de Jeremiah Reynolds, me di cuenta de dos cosas. Primero, ya no me interesaba investigar sus otras historias, ya que probablemente sean total o parcialmente inventadas por Ortega, lo que deja su credibilidad por el suelo. Segundo, no quiero ser monotemático y centrarme solo en Ortega y sus mentiras.
Por eso, empecé a buscar otros autores cuyas obras mencionen episodios misteriosos y fabulosos de nuestra historia. En esta búsqueda me topé con Agustín Oyarzún, un profesor e "investigador paranormal", y sus libros Historias Paranormales 1 y 2. Inmediatamente compré ambos. Decidí entonces que la siguiente entrada en el Substack sería sobre sus inverosímiles historias. Pero resultó ser una tarea más difícil de lo que imaginaba, no porque los relatos fueran creíbles o su metodología investigativa fuese rigurosa, sino todo lo contrario. Gran parte de los relatos de sus libros no son más que cuentos de campo, folklore puro y duro. Oyarzún no demuestra ningún tipo de razonamiento crítico; simplemente transcribe historias de terror campestres contadas por sus abuelas y les da una ridícula capa de método científico con una serie de explicaciones incongruentes, contradictorias y sin un mínimo de escepticismo (por más que intente convencernos de lo contrario).
En otras palabras, hacer una investigación rigurosa de los libros de Agustín Oyarzún es como intentar buscar un sustento real en los mitos descritos por Oreste Plath, o peor aún, por su verborrea pseudocientífica.
Sin embargo, hubo un par de anécdotas en el libro de Oyarzún que captaron mi atención. Esto me llevó a hacer un cruce entre mi decepción con estos autores, la línea que quiero darle a este Substack y una obra que tenía semiabandonada hace años. En uno de sus libros, menciona dos fenómenos misteriosos ocurridos en los inicios de nuestra historia escrita, que él atribuye a ovnis. Estos fenómenos, supuestamente ocurridos en los siglos XVI y XVII, me recordaron un proyecto semiabandonado: un libro cuyo tema y título es La Historia Ignorada de la Región de los Lagos. Y todo tuvo sentido.
No debía dedicarme simplemente a criticar a los autores por falta de rigurosidad, exponiendo sus mentiras y deficiencias metodológicas. Eso no agrega ningún valor, nada nuevo; solo sería un tipo gruñón diciendo "esto está mal". Así que decidí darle un toque más positivo, revivir mi antiguo proyecto en forma de posts regulares sobre historias ignoradas y misteriosas relacionadas con la región de los Lagos y el sur de Chile. Recogeré menciones de historias y anécdotas extrañas, olvidadas y misteriosas, e investigaré sus fuentes para demostrar que no necesitamos inventar una historia fantástica. Tenemos nuestro propio bagaje de misterios, sacrificios y glorias. Asi que los dejo invitados a mi nueva serie sobre la
HISTORIA IGNORADA DEL SUR DE CHILE
Siempre se ha dicho que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Si eso es bueno o malo depende de la opinión de cada uno, pero Chile tiene una historia intensa, llena de momentos de penurias y glorias espectrales. Asimismo, sus habitantes son herederos, muchas veces sin saberlo, de historias apasionantes e interesantes de antepasados aguerridos, valientes o testigos de eventos importantes para nuestra historia.
Personalmente, tengo una rica historia familiar, que no dudo sea similar, o incluso menor, a la de muchos compatriotas. En mi familia se mezclan prelados, nobles españoles, montoneros carreristas, inmigrantes alemanes y militares de carrera, repartidos por todo Chile. A mí me tocó escribir mi historia desde y sobre mi amada región de los Lagos. Aunque a simple vista pareciera resumirse en la historia de mis antepasados alemanes y los fuertes de Chiloé, en realidad la región guarda innumerables y fantásticas historias, igual o más fascinantes que la resistencia chilota o las penurias de aquellos alemanes.
Esta serie de posts no pretende ser la última palabra en el tema, ni un referente académico. Es, más bien, una pincelada de aquellos secretos que guarda la casa del vecino, la plaza de la ciudad o esas ruinas que ves todos los días cuando vas al trabajo (en secreto, sueño con el entierro de un capitán español cerca de Pargua). Espero que las historias que expondré les resulten tan fascinantes como a mí.
Intentaré entregar la información en orden cronológico, aunque dependerá de nuevos descubrimientos bibliográficos. Gran parte de la inspiración para recopilar historias y explorar sus orígenes se la debo a mi padre, Ronald Schirmer, y a Cristián Salazar Naudón, cuyo trabajo en rescatar la historia ignorada (esa que todos ven, pero parecen no observar) de Santiago ha sido mi norte e inspiración. Para conocer más sobre su trabajo: http://urbatorium.blogspot.com/.
La Colonia Temprana
Desde nuestros primeros años escolares, se nos inculcan ciertos hitos fundamentales de nuestra historia: el "descubrimiento" de Chile por Magallanes y Diego de Almagro, la conquista por Pedro de Valdivia, algunas fundaciones de ciudades, el desastre de Curalaba, la destrucción de las ciudades del sur y el establecimiento de la frontera. Y luego, todo parece ser cosechar y comer. Sin embargo, la historia nunca es tan simple (ni tan aburrida). Como anécdota: Diego de Almagro no fue el primero en pisar tierras chilenas. De hecho, algunos adelantados salieron a recibir a don Diego. Antón Cerrada y Gonzalo Calvo de Barrientos, desertores y aventureros, fueron los primeros europeos en habitar nuestro territorio (sin contar los náufragos del estrecho, que en 1526 fueron los primeros hispanos en poner pie en Chile, y el fallido intento de colonización en 1535).
La segunda expedición, que finalmente doblegaría gran parte del territorio y sería la primera en poner pie en nuestra región, fue la de don Pedro de Valdivia. En 1547, el Virrey La Gasca le concedió todas las tierras desde Copiapó hasta el 41° de latitud sur (aproximadamente la actual Casma).
En 1544, por orden de Valdivia, Juan Bautista Pastene emprendió un viaje de exploración hacia estas tierras. El genovés tenía la misión de levantar toda la costa hasta el estrecho de Magallanes, para evitar que otra potencia o castellano se le adelantase. Así, Pastene, Alderete y otros notables que iban en la expedición desembarcaron en San Pedro (Purranque, en la costa) el 17 de septiembre. Con toda la pompa y la burocracia del caso, Pastene y Alderete tomaron posesión de esas tierras en nombre del Rey de España y el Gobernador Valdivia.
Cabe mencionar que ya Alonso de Camargo había avistado la Isla de Chiloé en 1540, pero no llegó a poner un pie en ella.
En 1544, el mismo Pedro de Valdivia llegó a estas tierras meridionales, fundando Valdivia y continuando hacia el Seno de Reloncaví, donde debió regresar a Concepción por falta de naves. Finalmente, la expedición marítima de los dos Franciscos llegó al estrecho, reconociendo así toda la costa de Chile y, por ende, la de nuestra región.
En 1553, al mismo tiempo que Pedro de Valdivia caía en la emboscada de Tucapel, don Francisco de Villagra, a cargo de la zona sur del país, reconoció el lugar donde se fundaría Osorno, aunque con el nombre original de Santa María de Gaete, en honor a la no tan afortunada esposa de Valdivia.
En esa época ya comenzaba a gestarse el mito por excelencia de estas mágicas tierras australes: la Ciudad de los Césares.
Francisco César partió desde las costas del río Paraná con un pequeño grupo por orden de Sebastián Caboto a explorar hasta donde pudiese. A su regreso, contó haber encontrado una ciudad donde abundaban el oro y la plata. Así comenzó a crecer la leyenda. La aventura del Adelantado Almagro alimentó la historia, creyéndose que esta fabulosa ciudad estaba poblada por incas que escaparon de la dominación española, llevándose con ellos su oro. Finalmente, la fallida expedición del Obispo de Plasencia terminó de cimentar el mito. Uno de sus barcos encalló en el estrecho de Magallanes a inicios de 1540, y unos 150 supervivientes emprendieron una larga marcha hacia el norte. Veintitrés años después, dos supuestos sobrevivientes del naufragio llegaron a Concepción, afirmando la existencia de la ciudad de los incas. Así, las historias comenzaron a mezclarse y a alimentarse del imaginario de aquellos colonos europeos. Los sobrevivientes del naufragio se habrían mezclado con los incas y los indígenas, fundando una ciudad magnífica llena de riquezas. Un dato curioso es que aquel naufragio introdujo a los ratones europeos en nuestro país.
En 1543 partió la primera expedición en busca de esta ciudad llena de oro, liderada por Diego de Rojas, quien recorrió por cinco años el sur del río Negro. En 1550, Jerónimo de Alderete continuó la búsqueda, y en 1553, Francisco y Pedro de Villagra comandaron la famosa expedición. Ese mismo año, Francisco de Ulloa descubrió oficialmente la Isla de Chiloé.
En 1557, tras el caos generado por la muerte de Valdivia y el levantamiento indígena en expansión, llegó a Chile don García Hurtado de Mendoza, acompañado de Alonso de Ercilla. Su objetivo era restaurar el orden en la colonia y fundar nuevos asentamientos para controlar y apaciguar a los indígenas. El derrotero de Hurtado de Mendoza lo llevó hasta el Seno de Reloncaví, donde, a diferencia de Valdivia, construyó piraguas y cruzó hacia Chiloé. En el camino, Ercilla escribió su famoso poema épico La Araucana, que hasta el mismo Don Quijote leía con avidez y que el bachiller salvó de la hoguera, considerándolo uno de los “mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos”. Eso sí, al gobernador no le gustó la imagen que Ercilla proyectaba de él, por lo que pidió a Pedro de Oña que escribiera Arauco Domado para mejorar su reputación, siendo esta la primera obra escrita por un chileno.
Antes de cruzar hacia Chiloé, en las tierras de los llamados indios coronados, Ercilla grabó en un gran árbol los siguientes versos con su daga:
“Aquí llegó, donde otro no ha llegado,
D. Alonso de Ercilla, que el primero
Que en un pequeño barco deslastrado,
Con solo diez, pasó el desaguadero;
El año de cincuenta y ocho entrado
Sobre mil y quinientos, por Febrero…”
Hurtado de Mendoza también exploró la ribera occidental del Lago Llanquihue y envió a algunos de sus hombres en una piragua a explorar el lago. Al regresar, le narraron sobre indios con alhajas de oro que habitaban en las orillas. Así, don García decidió fundar la Villa de San Mateo de Osorno el 27 de marzo de 1558, más o menos en la posición actual, en la confluencia de los ríos Damas y Canoas (conocido como Rahue por los indígenas); nombrandola en honor a su abuelo, el Conde de Osorno la Mayor.
En aquellos años, el llano de Osorno estaba ampliamente poblado por los huichilles, quienes habían desmontado grandes extensiones de selva. La visión que tuvieron los españoles al llegar probablemente se asemejaba más a la que observarían los inmigrantes alemanes tres siglos después.
Dos años más tarde, el mismo gobernador envió a un grupo de vecinos de Valdivia y Osorno a explorar las tierras "más arriba". Francisco Cortez de Ojeda fue el almirante de esta singular flota de dos naves, siendo los primeros en fundar un puerto en la región de Aysén, al que llamaron Santo Domingo. Capturaron algunos indígenas, quienes les mencionaron la existencia de un fuerte en el estrecho de Magallanes, que asociaron a los náufragos de la expedición del Obispo de Plasencia. Siguiendo hacia el sur, el capitán Diego Gallegos naufragó en la punta que desde entonces lleva su nombre. Algunos lograron embarcarse en la otra nave, mientras que el resto, liderados por Juan de Ladrilleros, construyó una nueva embarcación con los restos del barco, pero naufragaron al cruzar el estrecho y debieron volver por tierra. Solo Ladrilleros y otro soldado sobrevivieron y lograron llegar a Valdivia un año y medio después. Como se ve, el tránsito de náufragos y poblados fundados por estos era común, alimentando la leyenda de los Césares.
En 1563 partieron las expediciones de Gaspar de Zárate y Juan Jufré en busca de la Ciudad de los Césares. Jufré merece especial atención, ya que fue fundador de Mendoza y San Juan, y desde allí partió con un gran número de hombres en busca de la mítica ciudad.
En 1565, Juan Pérez Zurita emprendió otra expedición, aunque sin mayores resultados.
En 1567, por orden del gobernador Quiroga, Martín Ruiz de Gamboa tomó posesión de la Isla de Chiloé, fundando como capital la ciudad de Santiago de Castro a orillas del río Gamboa (no muy modesto el teniente general). Curiosamente, después de ser gobernador de Chiloé, fue por un corto tiempo gobernador de Chile y fue el primero en crear un sistema administrativo para proteger a los indígenas.
En 1575 ocurrió la primera gran calamidad en nuestras tierras: un fuerte terremoto en las inmediaciones de Osorno obligó a los colonos a reconstruir gran parte de la ciudad. Al año siguiente, Domingo de Erazo partió desde Argentina, recorriendo la Patagonia en busca de los Césares.