Tras el campeonato de Catan, estuvimos conversando con Marga sobre nuestras preferencias en los juegos, y puedo decir con seguridad que hay dos cosas que no me atraen en absoluto de un juego: el "pay-to-win" y un exceso de azar.
Creo que el "pay-to-win" es algo obvio. El hecho de que aquellos que inviertan más dinero real en el juego tengan una mayor probabilidad de ganar no me atrae en lo más mínimo. No puedo negar que he gastado bastante dinero en Magic: The Gathering construyendo diferentes mazos de Commander, pero cada vez que juego, pierdo las ganas de volver a hacerlo (sin mencionar lo largo que puede llegar a ser un juego). El "pay-to-win" genera una especie de carrera armamentista para determinar quién tiene la mejor opción de ganar. Al final, no se trata de habilidades, conocimiento o incluso azar, sino de quién está dispuesto a gastar más dinero en un juego.
Y luego está el azar. ¿Existe algo más frustrante que los dados no salgan como uno desea y que todo dependa de ellos? Creo que los juegos que dependen demasiado del azar se convierten en una espera constante hasta que se obtenga el resultado deseado, entre frustraciones y pérdida de interés en jugar. Si bien el factor azar es importante (después de todo, en el mundo real no se puede controlar completamente ninguna situación), considero que es fundamental que un buen juego, uno entretenido, permita a los jugadores tener cierto control sobre lo que sucede, donde el azar puede implicar ventajas o desventajas, pero no dominar todo el juego. Por ejemplo, en Root, un juego de guerra en el que adorables animales luchan hasta la muerte por el control del bosque, tenemos azar en las cartas que robamos y en los dados durante los combates, pero son solo una parte del engranaje donde podemos realizar múltiples acciones independientemente del azar. Sí, no tener aves en la mano puede ser una pequeña desventaja, pero no implica quedarse sin hacer nada y pasar el turno. Y un mal resultado de dados en una batalla puede obligarnos a utilizar más recursos para vencer a esa molesta Alianza, pero no destruye todos nuestros planes de conquista. Sin embargo, si comparamos eso con las rondas de Catan (al menos la versión básica) en las que no obtenemos nada y nadie quiere intercambiar esa oveja, se vuelve tedioso y frustrante. Y aún peor si alguien más obtiene ese recurso que tanto necesitábamos y se adelanta en el juego.
Todo esto nos lleva al concepto de equidad y meritocracia. En un juego con poco azar, aquellos que juegan con más habilidad tienen mayores posibilidades de ganar, a diferencia de un juego con más azar donde cualquiera puede ganar. Esto se puede extrapolar fácilmente al mundo actual, donde la meritocracia es imperfecta en todos los ámbitos. Por un lado, las personas "más hábiles" no necesariamente lo son, sino que son aquellas que tuvieron acceso a una mejor educación, lo que les proporciona las habilidades necesarias, una suerte de “pay-to-win”. No tengo ninguna duda de que existen personas extremadamente hábiles que, debido a la falta de acceso a una buena educación, no pueden demostrar su "mayor habilidad". Es decir, es equivalente a que gane el juego aquel que sepa las reglas de antemano porque pudo comprarlas, y no necesariamente aquel que pueda jugarlo mejor.
Otro factor que convierte a la meritocracia en un concepto vacío es el clientelismo tanto en el ámbito empresarial como estatal. En el ámbito privado, es normal que parientes, compañeros de universidad o colegio, e incluso personas graduadas de carreras y universidades específicas accedan a puestos independientemente de sus habilidades y méritos reales. Esto no es tan terrible considerando que es el ámbito privado, pero cuando ocurre a nivel estatal, donde es común que se coloquen a amigos, parientes y miembros del partido, incluso "renunciando" a personas que han llegado por sus propios méritos, es algo vergonzoso e inaceptable.
Con la revelación de las fundaciones creadas ad hoc para recibir asignaciones directas de dinero, podemos clavar el último clavo en el ataúd de la meritocracia. Al final, ni la persona ni la institución más hábil ni la pura suerte pueden vencer a la corrupción. Un juego amañado es un juego que, por principio, no se puede ganar. Si no empezamos a jugar realmente un juego en el que todos conozcan las reglas, al menos a un nivel mínimo, y dejamos de lado el azar y el “pay-to-win”, nunca podremos divertirnos en esta sociedad.
Por cierto, no tengo nada contra la educación privada, y cómo padre haré todo lo posible, pagando lo que pueda, para darle la mejor educación a mi hijo, pero eso no quita que todo niño deba tener un mínimo de educación donde sus habilidades puedan explotarse y mostrarse.
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